Harlan Ellison, quien fue albañil y conductor de camiones antes de ser escritor, dijo que escribir era “el trabajo más duro del mundo”. A cualquier albañil o conductor de camiones ha de producirle irritación escuchar algo así, pero justamente la tristeza (o una de muchas) del “oficio” de ser escritor, es que cualquier persona fácilmente puede imaginar lo duro que es dedicarse a la albañilería o a la conducción de camiones sin haberlo hecho nunca, pero nadie sabrá lo difícil que es ser escritor hasta que no lo haya intentado, no una, sino varias veces.
Quizá lo duro de ser escritor radica en que se es escritor, todo el tiempo. No existe tal cosa como un horario para ser escritor y luego a casa a descansar. Puede que haya momentos limitados, destinados a la actividad física de escribir, pero el lugar de trabajo es el propio pensamiento, y de ése rara vez se puede descansar. Los escritores son workholics, inevitablemente. No por voluntad, sino porque no conocen otra manera; porque al haber descubierto en la escritura un modo de expresión para algo que siempre estuvo allí, justamente establecen que son, viven y ven el mundo de esa manera, la del escritor. Así como un economista no puede desvincularse de su formación y analiza incluso el clima en términos monetarios, el escritor no puede deslastrarse de una forma de concebir su alrededor que le es más propia que respirar. Y rara vez puede dejar de pensar en lo que escribe, cuando está escribiendo de verdad, esté en la ducha o la cocina o la oficina. Incluso durmiendo. El escritor escribe siempre, aunque no haya dedos sobre el teclado, o tinta manchando papel.
Por eso, también, ser escritor es quizá la profesión más solitaria. Apartando el hecho práctico de que dos o más difícilmente pueden escribir juntos, es porque la escritura suele provenir enteramente del mundo interno del escritor, en un constante diálogo consigo mismo. No un monólogo, un diálogo. Es más: una discusión, una pelea que las más de las veces llega a las manos. Es sumamente egocéntrico, sí, pero es la única manera de hacerlo. Esa forma ególatra y un poco desfasada de concebir el mundo incluye también cierta tendencia a sublimar todas las cosas, especialmente la escritura en sí. Pero, quizá, esta última sea la única sublimación sobre la cual no estamos tan equivocados.
Lorena
En sintonía con la síntesis que hiciste de algo tan complejo, también se me viene a la cabeza el dicho popular que reza: se debe escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol. Siendo la última tarea la más sencilla, las dos primeras sin duda involucran lo esencial del ser humano, que es su naturaleza productora de vida y de conocimiento, la cual se reproduce a través de las generaciones o tal vez queda pasa sin pena ni gloria. En fin, la escritura comprende un ejercicio intelectual invaluable y debe ser aplaudido siempre.
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