Ana recién había pasado los 20 en ese entonces. Sergio sí rondaba los 23. El caso es que, luego de año y medio de noviazgo, Sergio decidió terminarlo todo. Dijo que necesitaba más espacio, que no quería estar en una relación, también dijo que quedaran como amigos. Ambos aceptaron, pero ninguno lo cumplió. Siempre lo supieron.
Esa noche Ana lloraba sin parar en su departamento. No siempre había vivido sola: desde que Susana se regresó a Rosario, Sergio supo suplantarla más que bien mientras encontraba otra compañera para compartir el piso.
No se imaginó nunca en un momento así. Pero ahí estaba: sin poder detener el llanto, pensando en cómo afuera todo podía seguir andando tan normal. Con las luces apagadas lloró hasta que se quedó dormida.
Al día siguiente estaba soleado. Ana se levantó incómoda: había dormido con la ropa puesta y el blue jean le incomodaba mucho. Se levantó, se sacó el jean y fue al baño. Al entrar, intuyó que sus ojos estarían inflamados e irritados por el llanto y no se equivocó. Bajó la mirada y se quedó quieta. ¿Qué miraba? Inmóvil y apacible, el cepillo de dientes de Sergio descansaba junto al de ella, inmutado como si nada hubiera sucedido. Sergio pasaba tanto tiempo en el departamento que un día no se llevó el cepillo y lo dejó para más comodidad. Un gesto que remite a la construcción de una rutina en un ámbito de convivencia con el otro, un paso para lo que significa la vida en pareja, pero ellos no se dieron ni cuenta como muchos otros.
Ana, con la mirada confundida pero fija sobre el implemento de higiene, se preguntaba qué se suponía que debía hacer ahora. ¿Botarlo? ¿Regresárselo? Es ridículo. ¿Esperar? ¿Esperar qué?
Ahí estaba ella con un objeto tan privado, tan íntimo como es el cepillo de dientes, el cepillo de dientes de…un extraño. ¿Un extraño? ¿Qué, si no? Estuvo año y medio con un chico que ahora decide dejarla y ¿qué es? ¿Un amigo? ¿Un ex? ¿Y qué es un ex sino una categoría para un extraño?
Ana sujetaba el cepillo de dientes con la seguridad de que todo había cambiado irrevocablemente: Sergio pasó a ser uno más de la calle, nada más los unía que el recuerdo de una intimidad compartida, que poco a poco se desvanecería y confundiría entre otros recuerdos. Esto último ella no lo sabía en ese momento.
Ana se dirigió a la habitación. ¿Lo iba a botar? ¿Sería una excusa para llamar a Sergio? Ana abrió la gaveta de su mesa de noche y tomó una bolsa de tela, que había quedado huérfana luego de perder unos anteojos de sol, y lo guardó ahí. Cerró la gaveta y se sentó en la cama. A continuación, empezó a planificar las actividades que haría en el día.
A los 33 años, Ana acumula una colección de 20 cepillos de dientes. Junto a ella, una sarta de relaciones infructuosas adorna su habitación hoy en día, en el departamento que aún mantiene para ella sola.
Adriana
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