26.4.11

All you need is "love"

Los Beatles bien lo decían: todo lo que necesitas es amor. Se que ellos se referían a otra cosa, pero voy a usar su frase para exponer un punto sobre nuestro lenguaje y el concepto que tenemos de amor.
Amor. Esa palabra tan compleja y que tanto abarca, que algunas personas han querido encasillar. ¿Qué es el amor? ¿Un significado que le otorgas a una persona determinada, una reacción Bioquímica en nuestro organismo, una conexión mística entre dos o más personas, un invento de la mercadotecnia para vender tarjetas y bombones en el día de San Valentín, todas las anteriores o ninguna de estas?
Definitivamente, soy de los que considera que el idioma español es superior al inglés en muchos aspectos. Pero hay una cosa que me encanta de la lengua anglosajona y que conceptualmente, en este caso, lo coloca por encima de la lengua de Cervantes. Para los que hablan inglés, no hay distinción entre un amor y otro. “Love” encierra todo tipo de afecto. En cambio, los hispanohablantes han querido clasificar y catalogar el tipo y la intensidad del amor, el significado del afecto en relación a la palabra que se usa para nombrarlo. “me gustas”, Te quiero”, “te aprecio”, “te tengo afecto”, “te adoro”, “te amo”… Pareciera que cada una de estas expresiones debe ser escogida para aquel destinatario que lo merezca.
¿Pero es que acaso no es amor a fin de cuentas? ¿No es amor aquello que sentimos por nuestra familia, por los amigos, por nuestra pareja, por nuestros ídolos artísticos y/o deportivos y por nuestras mascotas? ¿Podemos decir que amamos más a algún miembro de estos grupos? Puede ser que lo expresemos físicamente de forma distinta y que lo sintamos de manera diferente, pero en el fondo es amor.
En eso, el inglés aventaja al español cuando unifica el afecto bajo un solo concepto. Una palabra para describir el amor, sea lo que sea que eso sea. Yo amo a mis padres, amo a mis hermanos y a mis sobrinos, amo a una mujer con amor de pareja, amo a mis amigos que están ahí siempre para mí, amo a mi patria, amo la música de Cerati y la de los Beatles, amo algunas canciones aun sin gustarme más nada del autor, amo el cine, amo la lectura y la escritura, amo la buena comida y amo a mi gata Antígona. No los amo de igual manera a todos, pero a todos los amo y no necesito otra palabra para decirlo. Sólo necesito la palabra “amor”.

 
Luis Grande
Periodista – Videógrafo – Cineasta

18.4.11

Ana y ese oscuro objeto del aseo


“Dos años y cinco cepillos de dientes. Nada mal”, pensó Ana con ironía. Con una pequeña caja de madera en el regazo, Ana paseaba la mano por su pequeña colección de cepillos de dientes usados. La habitación tenía las luces apagadas, pero la luz de afuera le dejaba distinguir cada uno sin necesidad de marcarlos. El rojo Oral-B era de Ramón, el azul Colgate era de Manuel, ése estaba casi nuevo. También había uno de viajero, de esos que son simples y se doblan, ése era de Rodrigo.
Aquella colección no significaba un logro, Ana bien lo sabía. Pero, mientras que algunos guardan fotos o cartas, Ana guarda aquellos implementos de limpieza bucal como constancia de que había estado dos años pasando de una relación fracasada a otra. Esta noche, Ana no está disgustada ni triste por esto: sólo tiene una extraña sensación.
Hace un mes que conoce a Alberto y han salido algunas veces. Fueron al cine, fueron a cenar, jugaron jockey de mesa, bailaron, bebieron y muchas veces amanecieron juntos en la cama de él.
Ana está cómoda. Conoce los códigos de iniciación, las preguntas de rigor que te van dando claves de acceso a la otra persona y cuyas respuestas van llenando un formulario de solicitud para una nueva cita. La música que escucha, la película favorita, el equipo de fútbol, el hobbie, el trabajo, el tipo de familia de la que viene, etc. Nada muy a fondo, todavía esto es sólo un piloto. Como las pruebas de resistencia que les hacen a los autos, este mes sólo ha sido un chequeo para asegurarse de que vale la pena sacar al dummie del asiento delantero y poner a una persona real.
Ana está lista: lo quiere invitar a su casa. Quiere que conozca su espacio, le quiere cocinar algo en su cocina, quiere que duerma en su cama y que se cepille los dientes en su baño. Eso. Quiere que Alberto termine de marcar la tarjeta de entrada a su vida y que se termine de instalar.
Una vez le dijo para cenar en su casa, pero Alberto trabajaba ese sábado, así que sería más cómodo si iban a la casa de él. La otra noche, a la salida del bar, le propuso dormir en su casa, pero Alberto dijo que estaban más cerca de la de él. Y sí, tenía razón.
Así han pasados dos meses más y Alberto sólo conoce la fachada del edificio de Ana. Ana continúa insistiendo, confiando que, en cualquier momento, Alberto entrará a su casa y se quedará a dormir y dejará su olor en la almohada y un cepillo de dientes al lado del lavamanos. Sin embargo, qué extraña sensación la que tuvo cuando se sorprendió a ella misma comprando un cepillo de dientes nuevo de camino a la casa de Alberto. Y al dejarlo en el baño de él, tuvo una certeza.
Esta noche, con la caja de madera en su regazo, con la habitación apagada, iluminada por las luces de la noche, lo dijo en voz alta: “este hombre será mi perdición”. Y esta vez fue ella quien tuvo razón.

Adriana

8.4.11

Libia no es un jardín de condominio

El Medio Oriente se encuentra en un tiempo de cambio y revolución. Ya son varios los países que se han alzado en contra de aquellos que, durante décadas, han oprimido estas naciones. Egipto, Yemen, Libia, estos y otros nombres han resonado en las noticias durante las últimas semanas, algunos con más frecuencia que otros.
Ahora bien, en el caso de Libia, una polémica acompaña al movimiento de insurgencia nacional. Tras el hecho de que el dictador Muammar Gaddafi ha decidido responder a los rebeldes con toda la fuerza del ejército, un grupo de países aliados (Francia, Estados Unidos (EEUU), Gran Bretaña, España, Italia, Holanda, Canadá, Italia, Dinamarca, Noruega, Bélgica, Grecia, Qatar y los Emiratos Árabes) ha decidido entrar al combate a favor de los que se oponen al presidente de facto.
Varios países, por su parte, se han pronunciado en contra de esta acción. No es casualidad que dichas naciones son aquellas que no sólo comparten el ideal socialista de Gaddafi, sino que tienen líderes que han buscado métodos de postergarse en el poder y que no piensan abandonarlo. Por citar dos ejemplos perfectos: Venezuela y Cuba. Chávez se ve reflejado en un espejo cuando predice que quizás en unos veinte o treinta años, cuando haya perdido toda la popularidad y la fe ciega de sus seguidores, el pueblo se subleve en su contra y una coalición de países preste ayuda a los rebeldes.
También hay gente que se dedica a opinar sobre el conflicto condenando la acción como un movimiento imperialista de los EEUU. Dicen que no se justifica la acción bélica dentro de Libia por parte de otros países, etc. Esta gente, pareciera creer que los conflictos de política internacional son comparables con las disputas con el vecino de la casa de al lado, al que le pides que baje el volumen de la música porque no te deja dormir, o al que le peleas porque no limpia la caca del perro en el jardín del condominio. Gaddafi está matando civiles, lleva en el poder desde el 1 de septiembre de 1969 y ya que todo el mundo da su opinión, yo doy la mía: personalmente, considero que, como lo ha venido demostrando el pueblo árabe, es hora de que se acaben las dictaduras. Basta de los tiranos que mediante adoctrinamiento, fuerza, miedo y maña, se logran mantener décadas en el poder, en nombre de ideales abandonados años atrás y dejando a un pueblo en la absoluta sumisión.

Luis Grande
Periodista – Videógrafo – Cineasta

6.4.11

La insoportable resistencia al cambio

Ese día, desperté bañada con la inercia de los días, lista para rodearme de gente común. No tenía de idea de lo que estaba por pasar. No había señal alguna de que algo iba a cambiar: me costó lo mismo de todos los días levantarme de la cama, me tardé los mismos 40 minutos en la ducha que suelo tardar, me tomé el mismo café de todas las mañanas, me subí al mismo colectivo de siempre con el mismo retraso habitual. Nada podía indicar que ese día terminaría completamente diferente al resto de los días.
Así, sumida en el autismo automático de las mismas acciones repetidas: desperté y vi todo claramente. Yo podía hacer algo más.
Renuncié. Renuncié al trabajo y a ir todos los días a una hora que no me gusta a un lugar que no quiero. Renuncié a sentirme atrapada. Renuncié a quejarme de lo que hacía. Renuncié a resignarme y obedecer. Renuncié y respiré.
Celebraba mi triunfo sobre lo impuesto cuando la gente a quién comuniqué mi decisión me decían: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer? ¿Estás bien? ¿Cómo, cómo en la vida te vas a quedar sin trabajo? Yo los miraba dándoles tiempo a que recordaran todas las veces que dije que no me gustaba lo que estaba haciendo y que notaran mi cara que no decía otra cosa que ‘alivio’. Pero no.
Me encontraba frente a personas que no entendían el cambio y que lo consideran maligno. Personas que se angustian frente a la incertidumbre y que clavan las uñas en su realidad con tal de que nadie las mueva ni un poquito. Personas que no se atreven y se quedan estancadas en el mismo lugar.
Me alivié de no ser así.
«“El mundo es de los audaces”, decía mi abuelo», comenta Vicky. Y también me alivié de encontrar alguien que piense como yo.
Pitágoras recomendaba elegir siempre el camino que parezca mejor sin importar que este sea duro, pues la costumbre se encargaría de hacerlo fácil y confortable. Yo creo en esto y que, una vez que te sientas cómodo, cambies el rumbo una vez más.
¡Salud y que venga lo bueno!

Adriana