EDITORIAL #8 - AGO 2011
Hace poco vi nuevamente Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, 1986) del genio de Woody Allen. Debo haber visto esta película más de diez veces como mínimo y, al contar, no deja de parecerme poco. Sin embargo, como muchos de los films de Allen, Hannah es una de esas obras de arte que se pueden ver hasta la saciedad y siempre encontrar algo nuevo. Cosa que no resulta difícil tomando en cuenta los múltiples matices que otorgan los personajes y la manera en que se relacionan entre sí. En este caso, fue el personaje del hipocondríaco, Mickey, interpretado por el propio Woody Allen, el que llamó mi atención.
Hace poco vi nuevamente Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, 1986) del genio de Woody Allen. Debo haber visto esta película más de diez veces como mínimo y, al contar, no deja de parecerme poco. Sin embargo, como muchos de los films de Allen, Hannah es una de esas obras de arte que se pueden ver hasta la saciedad y siempre encontrar algo nuevo. Cosa que no resulta difícil tomando en cuenta los múltiples matices que otorgan los personajes y la manera en que se relacionan entre sí. En este caso, fue el personaje del hipocondríaco, Mickey, interpretado por el propio Woody Allen, el que llamó mi atención.
Para contextualizar al desdichado que no haya visto esta genialidad de película, Mickey es un director de televisión que vive entre el estrés de sus programas y sus delirios de hipocondría. Un día, una de esas tantas enfermedades imaginarias resulta que puede ser certera y Mickey cae en una crisis de angustia en víspera de sus próximos exámenes clínicos. Todo resulta salir bien y no ser nada grave. Sin embargo, haberse encontrado con la posibilidad de la muerte, le hace a Mickey reflexionar sobre la eternidad; así que con desesperada angustia, inherente a su personalidad, busca respuesta en diferentes religiones. Pero nada le satisface: ni el cielo de los católicos ni la reencarnación de los krisnaístas.
Sumido en ansiedad y en la profunda angustia existencial que genera no tener respuesta a las preguntas más importantes de la humanidad. Mickey decide acabar con su vida.
Con el rifle en la mano y el cañón apuntando a su frente, Mickey acciona el gatillo. La bala sólo llega a agujerear la pared, pues el sudor del personaje hace resbalar el rifle de la mano. Agitado y confundido, sale a caminar para despejarse y tratar de entender lo que recién había pasado. Cansado y buscando un poco de paz, Mickey se refugia en una sala de cine sin pensarlo demasiado.
Groucho, Chico y Harpo; los hermanos Marx, bailaban y bromeaban en Sopa de ganso; sólo en ese momento, el personaje de Woody Allen tiene una reflexión que le permitirá salir de su crisis: “Mira toda esa gente en la pantalla, son realmente graciosos, y qué si lo peor es verdad. Qué pasa si no hay Dios y sólo tienes una oportunidad para vivir y nada más. ¿No quieres ser parte de esa experiencia? Qué carajo, no todo es una tragedia. Debería dejar de arruinarme la vida buscando respuestas que no voy a conseguir y sólo disfrutar esto mientras dura”
Una vez más, Allen demuestra el poder del cine como sólo el cine puede demostrarlo. Y yo, como espectador, siento en mi vida el antes y el después de Ana y sus hermanas, del personaje de Mickey.
De eso trata este mes: películas que nos enseñaron algo, que influyeron en nosotros porque sentimos que hablaban nuestro lenguaje, esos diálogos que recordamos perfectamente y secretamente tomamos como premisas, esos personajes con los cuales nos identificamos y no olvidamos más.
Este mes caminaremos sobre la fina línea que divide el cine entre entretenimiento y aprendizaje, entre industria y arte. Nos contagiaremos de una de las enfermedades que pocas veces el afectado desea erradicar: la cinefilia.
Adriana
Bravo Adri!!!! Genial como tú
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