25.1.11

Vivir en el desierto (I)

Hace poco viajé al Desierto de Atacama. Aparte de ser la analogía perfecta para mi vida sexual del momento, es un lugar increíble que realmente disfruté.
Fui sin investigar absolutamente nada sobre el lugar, lo cual hacía que cada cosa se convirtiera en una experiencia formidable. Recomiendo esto de conocer sin averiguación previa; la incertidumbre y la sorpresa hacen que el viaje valga mucho más. Claro, si no terminas desnudo en algún callejón.
No voy a detallar mucho sobre el lugar para no estropearle el viaje al que decida ir. Además, elevar las expectativas está altamente relacionado a la decepción. ¿Acaso te has  reído de un chiste que empiece con “te tengo uno demasiaaado bueno”?
En fin, el primer día fui con un Tour al Valle de la luna. Luego de una tarde apreciando un paisaje increíble que prácticamente me dislocó la mandíbula, subimos a la Gran Duna ¿Debo describirla o la lógica basta? Una. Gran. Duna.
Al llegar a la cumbre, la mayoría entorpecía el momento con anécdotas totalmente ajenas al lugar, de esas que solo se cuentan para demostrar que has viajado a otros lugares. También revolotearon como moscas  los constantes comentarios redundantes como “Qué bello, mira, el atardecer” (Sí, señora, estoy viendo exactamente lo mismo).
Todos  se fueron callando y ahí, en ese momento de Milton-montaña-atardecer, pensé “¡Qué bolas este lugar, qué bolas mi vida!”. Ahí tenía que estar exactamente así. Solo, en silencio, drogado con el litio concentrado en la neblina…
Hablé solo cuando me daba la gana, eso es genial para alguien como yo, alérgico a las conversaciones de ascensor: cuando quería conversar, siempre había alguien cerca y cuando perdía el interés, simplemente me iba. Así, sin falso interés ni idiota cortesía, solo pude escuchar historias interesantes. Esa es mi idea del Cielo.

Milton Granadillo
Comunicador Social

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